viernes, 27 de febrero de 2009
Tabla de miedos: Acluofobia
miércoles, 25 de febrero de 2009
Hormonas
Autor: *Runa*
Género: Por muy loco que suene, no tengo ni puta idea.
Aclaraciones: Todo es mío. Personajes, trama, ideas, etcétera. A quien pille plagiándome... despídase de sus extremidades.
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Estaba demasiado ensimismada en la lectura de su libro como para notar al chico atrás suyo. Andrea, la misma rubia torpe que había protagonizado un aterrizaje forzoso encima del muchacho parado detrás de ella, se encontraba sentada en una banca del parque.
En aquella memorable ocasión la chiquilla, de diecisiete años y ojos grises, había subido a un toro mecánico que la había lanzado por los aires, cayendo encima del desafortunado chico. Obviamente, Andrea se había quedado avergonzadísima después de eso.
Él, por su parte, había quedado bastante interesado en la jovencita. Quizá por eso había hecho lo indecible por ubicar a las amigas de la chica y que éstas le dijeran, al menos, cómo se llamaba. Realmente debía de gustarle muchísimo. Eso, o las hormonas adolescentes en plena efervescencia estaban haciendo su trabajo.
— ¿Andrea? —llamó él suavemente. La aludida volteó, encontrándose a un chico alto y fornido, de cabellos rizados, algo larguitos y morenos. Sus ojos, de un extraño color rojizo, la miraban expectantes.
—Eh… ¿te conozco de algún lado? —Definitivamente, la sutiliza no era el punto fuerte de la jovencita. Él enarcó una ceja. ¿Sería que no se acordaba de alguien que había visto hace tres días? A juzgar por la cara de desconcierto de Andrea, no, no se acordaba.
—Sí, soy el chico sobre el que… ¡ejem!, ‘aterrizaste’ en el centro comercial el día de San Valentín—explicó el muchacho. —Por cierto, me llamo Javier.
—Oh, eres tú. —No se notaba excepcionalmente emocionada. — ¿Te ha salido algún moretón luego del golpe?
Javier no pudo evitar reírse de la cara de preocupación -y un poco de confusión, además- de la muchachita.
“Tiene una risa muy linda” pensó Andrea, fijándose mejor en él. “Y no es feo. Claro que, mucho más guapo que Fernando, es.”
—No, no tengo ningún moretón —negó él, entre risas. — ¿Puedo sentarme a tu lado?
Señaló el espacio libre al costado de la jovencita de ojos grises. A decir verdad, ella se encontraba sentada en una banca lo bastante larga como para que cuatro personas se sentaran en ella sin problema alguno, pero una parte del espacio estaba ocupada por la mochila de la chica, y uno que otro libro.
—Es un parque libre, puedes sentarte donde quieras. —No, tampoco el ser educada era su punto fuerte. En realidad, sí era educada, pero no le gustaba que los chicos la abordaran del modo en que él lo estaba haciendo. Le gustaba que jugaran un poco más: Miraditas, sonrisas, insinuaciones silenciosas… No que, de frente, el chico se le plante delante y se presente.
Javier se sentó a su lado, omitiendo elegantemente la falta de cortesía de Andrea.
— ¿Qué estás leyendo? —preguntó, señalando el libro. Ella alzó la cubierta para mostrarle el título. El chico moreno sonrió: Si a ella le gustaba leer, entablar conversación sería mucho más fácil de lo que parecía. Javier trató de preguntarle el nombre del autor, pero la chica bufó como un gato enojado, y le contestó del modo más amable y cortante posible. “Quizá sea hora de un cambio de táctica”, pensó el muchacho.
Él, con paciencia magistral y mucho tacto, fue haciendo acotaciones sobre los libros y autores que había leído, además de opinar sobre el libro que tenía Andrea entre las manos. Poco a poco, ella fue tomando interés en lo que Javier hablaba, al punto de dejar el libro a un lado y escucharle atentamente.
—Mi saga preferida, con diferencia, es la de Tolkien —le explicaba el chico, con mucho entusiasmo. —Creó un mundo rico en fantasía, dándole a la historia inglesa mucho más interés.
—Jamás he leído a Tolkien —contestó ella, también animándose, —pero si me dijeras cuáles son sus libros, podría encontrarlos.
“O se lo ofrezco ahora, o no tendré la oportunidad nunca” pensó Javier, sonriendo.
—En realidad… ¿qué te parece si vamos juntos a la librería, y te ayudo a encontrar sus libros? —ofreció él, componiendo una encantadora sonrisa. Sus ojos rojizos brillaban con ilusión, cosa que Andrea no pasó desapercibida.
“No sería mala idea” meditó ella. “Él es guapo, amable, inteligente… ¿qué más puedo pedir en un chico? Espera: Si fuera Fernando, sería aún mejor. O quizá no lo fuera… ¡Argh! Malditas hormonas adolescentes.”
—Claro —contestó la joven rubia, esbozando una primera sonrisa completamente sincera. Al notarlo, el corazón de Javier hizo un doble salto mortal en su pecho y se aceleró a mil.
— ¡Fantástico! —El chico se paró de un salto. Ahora fue el turno de Andrea de reírse. — ¿Qué? ¿Tengo algo gracioso?
—Eres muy impaciente, ¿no crees? —replicó ella. —No pienso salir a ninguna librería con un completo desconocido. Así que me tendrás que responder tres preguntas.
—Ok. Dispara.
— ¿Cuántos años tienes? ¿Cuál es tu fecha de nacimiento? ¿Eres hijo único? —ametralló Andrea alegremente. Tenía sus razones para preguntar específicamente esas cosas. Todas ligadas a la psicología, en serio.
—Tengo diecinueve años. Nací el 7 de noviembre de 1989. No, tengo dos hermanos menores —respondió Javier con prontitud.
Andrea también se levantó en ese instante y con una seña de la cabeza le indicó que se pusieran en movimiento.
—Venga, que la librería la cierran temprano hoy —mencionó la chica con absoluta calma. Detrás de ella, Javier prácticamente brincó de felicidad. Había logrado entablar amistad con ella, que era lo que deseaba de momento. No sabía si sería culpa de las benditas hormonas, pero sí sabía que esa chica le gustaba. Y mucho.
sábado, 14 de febrero de 2009
Volar
Autor: *Runa*.
Género: Humor. ¿Se les ocurriría otro género para mí?
Aclaraciones: Ya saben, los personajes son de mi autoría, cualquier intento de plagio será para que les saque los dedos de un mordisco.
Dedicado: Al Gatito dormilón, que hoy es su cumpleaños.
Sus tres queridas amigas la estaban arrastrando por las calles, con claras intenciones de ir al centro comercial, al cine, o a cualquier lado donde se pudiera ligar un chico. Era día de San Valentín, la fecha más...
— ¡Pero si este es el día más comercial, estúpido y superficial del jodido año! — La fecha más odiada por Andrea.
Era una tarde cálida. Allí siempre hacía calor por esas épocas, pero aquel día el sol brillaba con mucha más intensidad, incluso para la hora que era. Más o menos, según los cálculos de la "secuestrada", serían las seis y media.
Flor tiró más fuerte del brazo de la rubia, soltando una risilla.
—Vamos, Andreita linda, necesitas olvidarte de Fernando. Y, ¿qué mejor manera de hacerlo que pescando algún tipo guapo en el centro comerial? —Sí, la cosa había terminado muy mal entre Fernando y ella. Dejaron de ser amigos, así de simple. De golpe, además. Eso, obviamente, luego de que él se consiguiera una segunda enamorada y no fuera ella. Muy idiota el motivo, pero era mejor darle espacio a esa relación, o eso creía Andrea.
—Pero...
—Nada, señorita —la interrumpió Carla, evidentemente divertida. —Te vas a ligar un chico, así tengamos que cazártelo nosotras.
La jovencita de ojos grises frunció el ceño, estaba bastante enfadada. Sus amigas la habían obligado a ponerse una sus mejores ropas, que no eran la gran cosa. Una minifala de mezclillas, bastante simple, y una camiseta de manga corta de color negro, con el ying-yang dibujado en medio. La verdad, ella preferiría reservar ese atuendo para el día de su hermoso reencuentro con Fernando. Un minuto, ¿qué acababa de...? ¡Andrea, corta el rollo de una vez!
Un suspiro hastiado se escapó de sus labios. Sus amigas eran realmente pesadas.
— ¿De qué suspiras? —preguntó Raina, mirándola suspicazmente con sus ojos marrones y acusadores. La rubia no pudo evitar sonrojarse.
—Nada... sólo me acordé de algo. —Flor la abrazó muy fuerte, tratando de infundirle ánimos. No se supone que sea fácil olvidarse así como así de alguien. Y Andrea no era la excepción, por lo que ellas tres se habían propuesto, días atrás, a sacarla de paseo a todos los lugares posibles.
Ya en el centro comercial, Raina había sugerido ir a los videojuegos, en vista de que todo lo demás estaba abarrotado de parejitas acarameladas. En realidad, abarrotado era poco, y eso que el local era enorme. Se trataba de una gigantesca construcción al borde de un acantilado, y era un gran atractivo turístico, pues ofrecía un bellísimo panorama de la playa, y por consiguiente, del mar.
Ellas se dirigieron por uno de los pasadizos más amplios. Éste llevaba directamente al salón de videojuegos, quizá el único sitio en el que -por suerte- no habían parejitas.
Pasaron por delante de muchísimas tiendas, las cuales llamaban la atención de cualquiera. Se veían escaparates con maniquíes que vestían preciosas prendas, así como tiendas de dulces, de zapatos y de artículos digitales. A veces, el cuarteto de jovencitas se distraía mirando embelesado alguno de los estantes repletos de cosas.
Cuando llegaron a su destino, comprobaron aliviadas que allí no habría tanta gente. Era un sitio grande, con las paredes pintadas de azul oscuro e iluminado por los miles de coloridos focos de los juegos. Algunas de las luces cegaban un poco, pero en su mayoría eran de color verde, naranja o rojizo. Algo que no te jodía las pupilas. No demasiado, por lo menos.
Sin pensarlo un minuto más, las cuatro se lanzaron a comprar fichas y se pusieron a recorrer las máquinas, hasta encontrar la que les gustara. Y la encontraron.
Andrea, en aquellos instantes, estaba dedicada a la destrucción de zombis en una de las maquinitas, mientras sus amigas la miraban con cierta sorpresa.
— ¿Desde cuando eres tan buena con esas cosas, siendo tú tan torpe? —le preguntó Carla con los ojos muy abierto. Era impresionante que su amiga aniquilara zombis con esa arma de juguete, como si se tratara de un auténtico revólver.
—Desde que los imagino con la cara de Fernando —respondió ella con un tono de burla. Parecía estar de buen humor, porque su más oscuro secreto era ése: Era un As de los videojuegos.
Después de que Andrea batiera todos los récores de puntaje en ese juego, entre las cuatro decidieron probar suerte en el toro mecánico. Ese era, según Flor, el mejor juego del mundo, porque se necesitaba más resistencia que destreza con los dedos.
— ¿Las cuatro van a probar suerte? —preguntó el encargado de manejar el juego. Ellas asintieron a la vez. —Qué chicas valientes... no muchas se arriesgan con este nene, es de los bravos.
Le dio unas palmaditas orgullosas al teclado. Las cuatro reaccionaron de forma distinta: Carla enarcó las cejas; Andrea se puso pálida, ella seguía siendo torpe para cualquier cosa que no fueran videojuegos; Raina se cruzó de brazos y le dirigió una mirada incrédula; y Flor simplemente soltó una de sus risillas.
La primera en probar suerte fue Raina, que duró bastante bien en esa cosa -que en serio se movía de modo MUY brusco- hasta que resbaló para un costado y terminó el juego.
La segunda de las cuatro valientes, que ya que estamos, estaban rodeadas de chicos y chicas muy curiosos, fue Carla. Ella no lo hizo tan bien: Salió volando, para terminar cayendo encima de... ¿un chico?, no. Terminó aterrizando encima de otro de los juegos, que para su suerte era inflable, por lo que no se hizo daño. Aunque, para ser sinceros, todos los presentes estaban que se morían de risa.
Nuestra tercera y valerosa chica del día fue Flor. Ella, increíblemente, aguantó en el toro durante quince fatídicos minutos. Esa cosa se bamboleaba, se movía como poseída por el mismísimo demonio, y nada. La chica resistía más que el toro.
Y, por último y por ser la más miedosa, Andrea subió temblando como una hoja.
— ¡No te preocupes, Andrea, nosotras te atraparemos si sales volando! —gritó Raina, tratando inútilmente de "infundirle ánimos". La aludida tragó saliva, se agarró como pudo del juego y éste empezó a moverse.
Al principio todo parecía ir bien, hasta que la rubia le agarró confianza. Como ya iba resistiendo bastante, el operador decidió aumentar la brusquedad. Quiso la suerte que justo en ese instante Andrea soltara las riendas accidentalmente y saliera volando.
Su vuelo fue visto en cámara lenta por sus amigas que calcularon la trayectoria de la caída.
—Demonios... —maldijeron entre dientes.
Nuestra rubia heroína aterrizó... y sí, esta vez sí fue encima de un chico. Un pobre desdichado al que el peso de Andrea dejó K.O. Y un desdichado guapo, cabía mencionar.
—Oh, mierda... ¿están bien? —preguntó Flor, que fue la primera en llegar, al tiempo que ambos se sentaban en el suelo. En realidad, ella seguía sentada en las piernas del desconocido. El chico parecía estar entero, lo mismo que Andrea, sólo que esta última estaba muy ruborizada y balbuceaba excusas sin parar.
—Sí, yo estoy bien, pero creo que tu amiga no tanto —contestó él, esbozando media sonrisa. Tanto los amigos del chico, como las tres amigas de Andrea se habían acercado corriendo.
—Jode, no podemos dejarte solo un minuto porque al instante te llueven las chicas —comentó uno de sus amigos, sonriendo burlonamente. La única incapaz de decir palabras coherentes era Andrea, por lo visto.
—Creo que deberías calmarte un poco —le dijo el muchacho a la rubia. —Sólo fue un accidente, y ambos salimos enteros.
—Eh... ok —contestó ella, parándose de encima de él y uniéndose a sus amigas. —Un gusto conocerte, aunque no haya sido del mejor modo.
Él le sonrió.
¡Feliz día del comercio y la idiotez!
Ya de por sí, las calles de esta hermosa ciudad costera son una delicia en las horas punta, porque las aceras están llenas de gente y aquí hasta los animales manejan auto. Si no corres el peligro de que el tico del costado te choque, está la bestia con la 4x4 que se jura dueña de la pista. Es que aquí entras al auto con estrés y sales con escuatro, con escinco, con esocho…
Está comprobado: Quien maneja en Lima, lo hace tranquilamente en cualquier pista de carreras del universo, así como en toda ciudad del mundo. Porque nuestras pistas no sólo son estrechas. No. Vienen con carrerita de obstáculos incluida, pues están más agujereadas que queso suizo. Y cada día cierran una calle distinta para “repararla”, cosa que toma, al menos, medio siglo.
Ahora, este maravilloso mundo se vuelve más salvaje y peligroso en el día de San Valentín. ¿Por qué? Porque todos los bestias de la ciudad salen más rápido que volando para comprar flores, chocolates y demases idioteces. Es que, claro está, no se les puede ocurrir mejor gracia que olvidarse de la fecha hasta que reciben el mensajito de la ilusa novia que espera su regalito. Allí salen pitando, desesperados, y provocando que los vendedores se vuelvan millonarios.
Además de esto, todo centro comercial, heladería, cine, banquita del parque o restaurante está a reventar de chicos y chicas que desean pasarla bonito con el enamorado o las amigas.
¿Experiencia propia? Sí, obvio. El año pasado, mis amigos prácticamente me arrastraron fuera de mi casita linda para ir al cine. Nada más pisar las calles, ya se veían montones de parejitas besándose, tomadas de la mano o susurrándose cosas vomitivamente tiernas al oído. En algún otro momento hablaré de las ventajas de seguir soltera y sin compromisos, pero eso es para después.
Volviendo al tema, cuando llegamos al centro comercial, parecía imposible encontrar sitio para cualquier película previa al diecisiete de Marzo del 2050, así que nos dimos media vuelta y regresamos pa’ mi casa. Allí la pasamos mejor, aunque dos de mis amigas se dedicaron a enjuiciarme por haber dibujado a su personaje favorito de un manga (Haji de Blood+, para más señas) en bikini y tutú. Memorable ocasión, sobre todo porque la cara del personaje me salió clavada.
Yo digo, gente, que deberían prohibir menudo día de la estupidez colectiva. Todo lo que logras es quedarte más misio de lo que ya eres, sentirte gorda por comerte una caja entera de chocolates tú solita o sentirte miserable por no tener con quien pasar este día. Gracias a Dios yo no soy como el común de los mortales, y disfruto de mi soltería, que espero que me dure un buen tiempo más.
Aquí termina mi pequeño monólogo, señores. Espero haberles sacado una pequeña sonrisita.